Límites a la libertad de expresión e internet
Anoche probé a curar el insomnio con una tertulia del canal 24 horas de Televisión Española. En él, cuatro contertulios y un moderador trataban de dilucidar cómo había que meter mano al asunto de la regulación de las redes sociales, ya saben, gente que dice barbaridades, amenazas, insultos y demás y no lo hace desde un medio de comunicación.
En el debate apareció desde la crisis moral de occidente hasta Cuba, pero como en los debates online al respecto nadie se mojaba compartiendo su visión sobre los límites a la libertad de expresión de los que era partidario y si internet y la incorporación de la ciudadanía a publicar contenidos debería modificar cómo nos los planteamos.
Blogs y Twitter no son como la barra del bar
Hay una corriente ideológica que podríamos considerar tecno-anárquica. Tiene un matiz también liberal porque además es muy partidaria de la libre empresa, pero sobre todo desconfía y es contraria a la regulación por parte del estado de lo que se considera "tecnología". Porque "no lo entienden", porque "tienen otros intereses"... ya sea el crowdfunding, ya sea la economía P2P, ya sea el "derecho al olvido"... de entrada se rechaza cualquier regulación proveniente del estado.
En su seno ha florecido la justificación de que "lo que antes se decía en un bar, ahora se dice en Twitter" y por tanto no deberíamos escandalizarnos de un rasgo de la naturaleza humana como es el de desear la muerte - o pedir directamente el asesinato - de los enemigos. Por supuesto es un argumento falaz, son tan diferentes como lo son las comunicaciones privadas y las públicas. Es más, estas manifestaciones acaban en Twitter por el expreso deseo de sus autores de que no queden en el ámbito privado.
Julio Alonso ha escrito El Diario - disclaimer, somos socios en Weblogs SL - una pieza sobre el tema en la que sostiene que la tecnología es irrelevante. En la literalidad estoy de acuerdo, en cómo lo plantea, no: lo publicado queda registrado, se hace con ánimo de llegar a un número indeterminado de ciudadanos, tiene efectos mucho más allá de la comunicación privada.
No es lo mismo que Julio dijera "Antonio Ortiz es un ladrón" a una persona en privado que si lo hiciese a sus 100.000 seguidores en Twitter y además El Diario se lo publicara llegando a dos millones de personas que apuntan tienen como lectores. De lo segundo me enteraría y los efectos sobre mi reputación y mi vida serían mucho mayores.
Sobre esos que desean que maten a otros en Twitter
Algún día intentaré poner por escrito mi tesis sobre el odio en internet. Es un fenómeno fascinante y que, en mi opinión, las más de las veces se aborda con exceso de prejuicios: los tecnoutópicos sosteniendo que la tecnología es neutral y la culpa está en el emisor, los tecnófobos subrayando la pérdida de meritocracia para llegar a poder publicar que facilita la tecnología y el deterioro social que esto genera.
Mientras llego a ello, mi impresión es que no estamos ante el ocaso moral de occidente que mis amigos tertulianos apuntaban, estamos ante un caso de gente que nunca ha comunicado en público que comunica mal en público: dejando escapar la bilis, poniendo por escrito cualquier salvajada que le pasa por la cabeza, entendiendo que publican en abierto pero sin entender que realmente están publicando en abierto.
Esto ha sucedido los últimos años a muchos individuos de los que se esperaba justo lo contrario: periodistas, políticos profesionales, empresarios, líderes de opinión. ¿cómo no va a haber casos en ciudadanos que jamás han publicado nada? Rebajaría la alarma sin negar la mayor, si nos planteamos que tenemos tanto derecho como un medio a publicar sobre otros, debemos tener responsabilidades sobre qué publicamos.
Que el estado entre a - cuando menos - estudiar estos temas uno esperaba que fuese bien recibido por una población que suele ser muy partidaria de su intervención. Que lo haga de forma arbitraria, sólo cuando las celebraciones o peticiones de asesinatos afectan a lo que considera el gobierno en el poder, no hace sino abundar en la desesafección tecnológico anárquica.
Recordando a Volteire. O a Evelyn Beatrice Hall
Julio recuerda en su pieza la cita "No estoy de acuerdo con lo que opinas, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a expresarlo" que viene muy al caso. El artículo ha sido muy aplaudido - Twitter, los comentarios - pero su tesis final versa más sobre las intenciones de los promotores del debate - el PP, medios generalistas - algo en lo que creo que tiene razón, que sobre el tema de fondo.
Veo imposible despachar el tema de la los límites a la libertad de expresión e internet precisamente por la cita de Beatrice Hall. Un ejemplo en el propio El Diario, esta vez sobre un personaje que ofrece "cursos de seducción" con tintes machistas y haciendo apología de la violencia. Esta vez, para los comentaristas del artículo, "no se puede permitir" y muchos piden la cárcel.
¿Cómo nos posicionamos si la amenaza de muerte es a nosotros? ¿O a nuestras parejas e hijos? ¿O si nos difaman y alguien publica que somos estafadores o pedófilos? Sólo desde las dos posiciones se puede dar respuesta a que límites a la libertad de expresión aceptamos.
Como era de esperar no tengo una opinión definitiva de dónde está ese límite. Ante la duda soy más partidario de que la gente pueda decir lo que quiera, me resultan sospechosos los delitos de opinión o de "incitación al odio" en los que se deriva con facilidad hacia la censura. También creo que el código penal debería bastar para "regular" lo que hacen los individuos online y me preocuparía que una regulación específica atacara el mantener cierto grado de anonimato.
Lo que también me preocupa es esta tendencia a justificar cuando el malo son los otros, a ser incapaces de la mínima autocrítica - o crítica a lo que proviene y facilita el sector tecnológico - y a no abordar las cuestiones de fondo que, como la de los límites a la libertad de expresión, no se pueden despachar desde el ventajismo en unas ocasiones (es una cortina de humo del PP) y con toda la seriedad en otras.
Foto: Ben Husmann