Estamos cansados. Es la nostalgia de la cámara de eco
No estamos llegando a una mayor polarización social porque internet y los medios sociales nos han encerrado en cámaras de eco. Estamos más divididos y enfrentados precisamente por lo contrario
Las primeras semanas de Elon Musk como dueño de Twitter nos han dejado muchos titulares, pero de entre todas las reacciones hay dos que considero especialmente destacables. Una es la de Donald Trump, cuya cuenta fue rehabilitada pero que a pesar de disponer de más de 87 millones de seguidores no ha vuelto a tuitear. El expresidente de EEUU se mantiene en su propia plataforma - Truth Social - y de momento no parece interesado en regresar a la actividad en Twitter por mucho que sin la aplicación del pajarito azul nunca hubiera llegado al poder.
La otra reacción es la de un amplio grupo de usuarios que, ante las decisiones y el estilo que está imponiendo Musk, se han desencantado de Twitter. Hay quienes simplemente han dejado de participar, pero también muchos que lo han sustituido por Mastodon, una alternativa libre y descentralizada. El perfil de esta oleada de emigrantes es marcadamente progresista, perfiles de izquierda que por un lado temen la permisividad de Elon para con cierto tipo de mensajes que hasta ahora Twitter había vetado, y que rechazan su estilo explícitamente jerárquico.
No es la primera vez que tenemos un fenómeno similar. En los últimos años Twitter ha vivido intentos de escisiones, pero casi siempre por el flanco conservador. Fue el caso de la derecha populista estadounidense y la aparición de Parler, cuya promesa radicó en la no moderación del contenido, algo que sus promotores consideraban censura. Pronto aprenderían que por encima de ellos están las tiendas de aplicación móviles dispuestas a controlar este tipo de foros sin límites.
Por aquí tuvimos experiencias similares con el amago de Barbijaputa yéndose a Quitter o el ilustrativo desembarco de miles de tuiteros españoles - en su mayoría conservadores - en Mastodon en 2018. Según a quien preguntaras se trató de una “invasión troll” que tuvo que ser atajada con el cierre de nuevos registros (muchos mensajes se debían a que el creador de Mastodon, Eugen Rochko, habría llamado “genocidas” a los españoles) o más bien fue una reacción intolerante desde una plataforma que presumía de ser muy abierta pero que no admitía la llegada de muchos inmigrantes con otra lengua, otras ideas y un alto interés por reírse de tu filosofía.
En todos estos movimientos migratorios hay una aparente búsqueda de la cámara de eco. Un interés por encontrar una plataforma donde poder expresar sin cortapisas las ideas propias, pero en la que a la vez haya restricciones a las del contrario. Los sucesivos movimientos migratorios se han sucedido con decepciones. Desde el descubrimiento de que uno no tiene el suficiente tirón para que te sigan hasta el de que en la nueva plataforma se censura o modera todavía más que en Twitter porque en el internet de hoy no cabe otro escenario
Es por ello que he regresado a la muy celebrada charla TED de Eli Pariser, aquella en la que hace once años denunciaba la burbuja de los filtros y el peligro de el internet que emergía - Facebook, personalización de la experiencia en cada sitio - nos acabara recluyendo en cámaras de eco. El discurso de Pariser ha sido una de las piezas más influyentes a la hora de crear un marco de entendimiento respecto a los medios digitales y sus efectos en la sociedad.
Hay aspectos de la ponencia de Pariser que, pasado el tiempo, resultan visionarios. Por ejemplo, acertó en su lectura de la centralización de internet como un traspaso de poder desde los grandes medios a las plataformas agregadoras. Algo más discutible es su idea de que si nos ofrecen “snacks” de contenido basura nos acomodaremos a su consumo: por un lado hay una eclosión cierta de piezas ligeras, frívolas o estúpidas, pero conviven bien con piezas largas mientras explotan podcasts de horas de conversación. Además añade la idea de que los editores que hacían de salvaguardia en la era del “mass media” tenían una ética que “los algoritmos no”, cuando en realidad lo que tenían era un efecto moderador como comentamos cuando lo de la foto del rey Juan Carlos cazando elefantes
Pero donde cabe más discusión es en la tesis principal de Pariser. Sostenía que internet iba a propiciar que viviéramos en una continua cámara de eco porque los filtros algorítmicos se iban a dedicar a darnos lo que queremos y a ocultarnos lo que nos molesta. Y que eso, precisamente eso, nos empezaba a llevar a la polarización. Lo bueno es que estamos en condiciones de discutir su intuición con datos en la mano. 11 años más tarde tenemos abundante literatura y estudios que discuten si las redes sociales de facto crean cámaras eco y burbujas de información como recoge Carlos Guardián en una excelente recopilación
El internet que analizaba Pariser era uno en el que nuestro grafo social - los “amigos” en Facebook, a quien seguimos en Twitter - nos filtraba la dieta de contenidos. Y es correcto en que ambas mantienen un peso como puerta de entrada a la información y que nuestra selección de contactos influyen en la experiencia. Pero también lo es que todas las plataformas con TikTok como máximo referente se han movido a un filtrado algorítmico en el que la capacidad de desencadenar reacciones, elevar el umbral de lo llamativo y atraernos al click se imponen a nuestra selección de seguidos. Y en ese salto se acaba perdiendo la cámara de eco.
Es más, el éxito de muchos usuarios militantes en estas redes sociales depende de dar visibilidad a ideas contrarias. En el llamado nutpicking: mostrar, señalar, criticar, “ganar” a los del otro lado tiene un gran premio en estas redes. Los nuestros dan like, retuitean, nos alaban por tremendo zasca al rojo, al facha, a la feminazi o al señoro. Como se trata de utilizar lo más extremo, tonto y despreciable de las visiones contrarias a la nuestra, la cámara de eco no se produce sino que revienta.
Y ahí llegamos a lo contrario de lo que profetizara Pariser. No estamos llegando a una mayor polarización social porque internet y los medios sociales nos han encerrado en cámaras de eco. Estamos más divididos y enfrentados precisamente por lo contrario. Como apunta Petter Törnberg en su último estudio “no es el aislamiento de los puntos de vista opuestos lo que impulsa la polarización, sino precisamente el hecho de que los medios digitales nos llevan a interactuar fuera de nuestra burbuja”
Me acuerdo mucho de aquél profesor que en el colegio nos recomendaba leer al menos dos periódicos para formarnos una visión propia de la realidad, “por eso yo leo siempre el As y el Marca” nos decía. Tras muchos años de máxima exposición digital a multitud de puntos de vista, sentimos una nostalgia - individual y colectiva - por una sencilla, confortable y cálida cámara de eco en la que descansar.
Imagen cabecera: Antonio Ortiz con Stable Diffusion
Yo creo que la cámara de eco sigue razonablemente vigente como concepto, porque si nos abrimos a la caza del zasca en la acera de enfrente es para regresar a nuestra cueva con una buena pieza - al menos a ojos de nuestra parroquia - para recibir las alabanzas de los nuestros.