Malos tiempos para maximalistas de la libertad de expresión: Musk tiene imposible sacar a Twitter del laberinto editorial en el que está metido
no hay otro con la capacidad de Twitter para poner un tema en la agenda pública y que los ojos de medios, políticos, creadores y periodistas se fijen en ella
A la hora de discutir la entrada de Elon Musk en la junta directiva de Twitter tras hacerse con el 9,2% de las acciones mi primera tentación era concluir que ha cumplido con una fantasía de informático nerd. Esa en la que uno sueña con comprar la empresa del videojuego al que está enganchado - como Elon a Twitter - y cambiar las reglas que te disgustan, haciendo por fin justicia y arreglando el producto con esa facilidad clarividente que sólo se alcanza cuando se analiza algo complejo desde la barrera.
Para quienes estén alejados del personaje, cabe subrayar que pocos conocen y dominan Twitter como Musk. A través de la plataforma ha logrado la posición de líder de culto tecnológico y de personaje flipado y odiado. Memes y posturas controvertidas (hot takes) desde una posición sin miedo a la polémica ni las consecuencias de imagen (basadísimo) en la que abundan mensajes facilones de ánimo provocador (shitposts). Podemos discutir mucho sobre la figura y el personaje, pero no que es un gran tuitero. Elon contraría todos los consejos para directivos que le daría el equipo de comunicación del que carece.
Pero Musk presume de razones hondas, de calado: “Dado que Twitter funciona como la plaza pública de facto, no adherirse a los principios de la libertad de expresión socava fundamentalmente la democracia. ¿Qué debe hacerse?”. Hace apenas unos días también tuiteaba sobre un tema relacionado con la libertad de expresión y su empresa de internet por satélite, “Algunos gobiernos (no Ucrania) le han dicho a Starlink que bloquee las fuentes de noticias rusas. No lo haremos a menos que sea a punta de pistola. Siento ser un absolutista de la libertad de expresión”
El caso es que Musk no es la persona más consistente y fiable, con un amplio historial de contradicciones, donde dije digo y meteduras de pata. Desde el podcast Elon los dos periodistas más expertos en la figura - más de 100 capítulos sobre la vida, obra y declaraciones de Musk les avalan - no acaban de fiarse de que la preocupación por el debate público sea lo que le mueve. La salida de su amigo Jack Dorsey del puesto de CEO y la pugna con el accionista activista Elliott Management Corp que viene exigiendo crecimiento de usuarios y de rentabilidad podrían formar parte de la ecuación.
A otros lo que les preocupa es que sus intenciones sean sinceras y se disponga a meter mano a la plataforma central de la conversación abierta en internet. Las hay más grandes en usuarios, las hay más rentables, pero no hay otra con la capacidad de Twitter para poner un tema en la agenda pública y que los ojos de medios, políticos, creadores y periodistas se fijen en ella
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El caso es que Twitter lleva años en una inercia que muestra a las claras que ya no quedan plataformas puras en internet. No existe la empresa de tecnología con un servicio sobre la que los usuarios creen contenidos y ella deje hacer sin meter la tijera más allá de lo que cumple la ley. Cada una se ha ido cargando con la mochila de tener un papel activo que se justifica desde la lucha contra la desinformación o los mensajes de odio, la protección ante el acoso o lo que pueden considerar la defensa de la democracia.
La suspensión de la cuenta de Trump por parte de Twitter fue el epítome de la llamada (perdonen) “desplataformización”, es decir, la capacidad de un puñado de grandes empresas tecnológicas americanas para de facto quitar a alguien la capacidad de llegar al gran público que sí permiten a los demás. No es una amenaza exclusiva a grandes figuras, es habitual en las querellas tuiteras el intentar tirar las cuentas del bando contrario con denuncias a la plataforma.
¿Qué podría plantear Musk en un Twitter maximalista de la libertad de expresión? Una vuelta al origen de las plataformas, es decir, que su labor a la hora de intervenir en el contenido sea la que indique la ley y la mínima de abuso del servicio como eliminar el spam o las estafas. Una posición de este tipo libraría a Twitter o a cualquier red social (pienso en Facebook y Youtube cuando escribo esto) de las acusaciones constantes de que cuando intervienen en lo que se publican parten de una posición editorial - obvio - pero que ésta es sesgada ideológicamente, es partidista. Y quien se queja más es el lado conservador de la sociedad.
El caso es que veo imposible un giro radical de Twitter o del resto en materia de intervención censora. Y el motivo es que, realmente, los usuarios no quieren una propuesta maximalista “a lo primera enmienda de Estados Unidos”. La relación del ciudadano con la libertad de expresión ya no es la de lector o espectador, es a menudo la de un actor que ha recibido y sufrido la capacidad de otros para discutir sobre sus posiciones, su vida, su pasado y hasta su foto de perfil.
Nuestro estar en el metaverso nos ha traído problemas de celebrities y ante eso hay tres caminos: o desarrollas una piel de elefante que te permite soltar lo primero que piensas y asumir las consecuencias, o te autocensuras convirtiéndote en receptor que apenas intervienes o, y esto creo que es lo que predomina, quieres participar pero reclamas una cierta protección ante lo que asumes como una forma de violencia contra ti.
En las redes alternativas a Twitter que nacieron esgrimiendo la no censura hemos visto un curso acelerado de lo que ha pasado en internet en los últimos 15 años. De repente han sido el local propicio para atraer a todos los censurados y los usuarios que buscaban maximizar su libertad se han encontrado con contenidos que querían borrados: racistas que se quejaban de que se permitía el racismo equivocado, fabuladores disparatados pero del bando opuesto, gente con problemas que trasladaban una agresividad constante a su discurso online. Muchos descubrieron que querían una línea editorial diferente a la de Twitter, pero no la ausencia de ella.
No podemos discutir la libertad de expresión como cuando lo hacíamos en el siglo XX. A nuestro alrededor hemos visto diluirse el papel moderador de los medios, hemos celebrado la capacidad de internet de permitir a voces fuera del consenso del mass media abrirse paso y ahora estamos en un momento reaccionario. Un momento en el que es más habitual leer reclamaciones a las plataformas como Twitter de lo que deberían estar borrando e impidiendo que exigiendo garantías de neutralidad en el debate público. En más de un sentido estamos exigiendo un internet más moderado
Hay una estrategia, sin embargo, por la que Elon Musk y también Jack Dorsey podrían reconciliar la libertad de expresión sumando sus valores acerca del software libre y la descentralización: convertir a Twitter en un protocolo, en una forma de comunicarse entre distintas plataformas y no en una organización centralizada que controla todo lo que se dice en ella.
Esta aproximación tendría una clara ventaja y es que los distintos clientes del protocolo podrían competir en la protección que ofrecerían a los usuarios, como hacen los clientes de correo electrónico con el spam. También hay un pequeño problema, hay un gran negocio en controlar la experiencia y con ella la publicidad o suscripciones que generan ingresos pero no parece haberlo en crear un estándar de comunicaciones a no ser que cobres por el acceso vía API (y de esa forma seguirías siendo centralizado).
Si Musk consigue que Twitter avance en esta dirección y permite experiencias maximalistas de libertad de expresión, tendrá mi aplauso. Los que tenemos la cabeza amueblada al estilo del siglo XX seguimos creyendo que merece la pena defenderla.
Publicado originalmente en Retina
Imagen: Snoopdalle con Dall-e 2