Inteligencia artificial y desvincular esfuerzo y resultado
En un mundo en el que todo el mundo está ayudado por una inteligencia artificial de alto nivel creo que sólo quedará un distintivo intelectual y creativo entre nosotros: el tener buen gusto.
Mi nueva afición es crear y compartir cada mañana un vídeo corto de estética “pixel art”.
Lo subo a plataformas, lo añado a mis estados de WhatsApp y, a veces, me ha servido para retomar conversaciones con viejos amigos jugones amantes de lo retro. El esfuerzo es ligero, mientras tomo el café y de manera asíncrona, hago algunos intentos hasta que voilà:
Lo que me habría llevado horas después de meses de aprendizaje de herramientas y fundamentos de animación, lo resuelvo antes de irme a entrenar. No son vídeos redondos, bien pulidos, pero sí resultones. Funcionales para los cinco segundos que algunos amigos y seguidores les dedicarán.
Pienso en mi caso como ejemplo de algo que es central en la recepción y el impacto de esta generación de inteligencia artificial: la ruptura del vínculo entre esfuerzo y resultado en tareas intelectuales y creativas.
Escribir bien un correo de negocios en tu idioma o en otro; desarrollar una web o incluso una pequeña aplicación; crear una imagen, un vídeo o una canción aparentes; crear una hoja de excel o reconocer una obra de arte y su trasfondo nada más verla. Hasta preguntarle a Grok para que haga una verificación que llevaría un buen rato escudriñando fuentes y datos.
En todos estos casos y en muchos más vemos cómo recién llegados, gente que no invirtió en aprender la disciplina y que ni siquiera tiene que esforzarse demasiado desde su desconocimiento, consigue resultados muchas veces aceptables. Y, en ocasiones, notables (antes de que salten las objeciones: la inteligencia artificial ayuda más a quienes tienen la idea frente a quienes dominan la técnica, esa es la tesis de este artículo. Ahora bien, no nos iguala a quienes simplemente somos unos aficionados a crear dibujos y animaciones con quienes realmente son creativos y dominan la narrativa. Véase por ejemplo a Jesús Terrada frente a mis vídeos).
Regresamos así al dilema del sedentarismo intelectual y la inteligencia artificial. Con los medios de transporte mecánicos y los electrodomésticos se nos facilitó mucho la vida para movernos y ganar tiempo libre, pagando el precio de poder vivir sin esfuerzo físico y atrofiarnos; el escenario con la inteligencia artificial y su “no hace falta esforzarse” es que creativa e intelectualmente es que nos volvamos más estúpidos. Es por eso que hay ocasiones en las que resulta preferible decidir no utilizar inteligencia artificial, incluso cuando es mejor que tú.
Pero hay algo más que todo esto que ya hemos debatido en la lista. Hasta ahora, las habilidades intelectuales —escribir bien, resolver cálculos complejos, estructurar un argumento lógico, programar software— eran señal de formación y trabajo previos. Un texto bien escrito solía ser una prueba de que había una mente cultivada detrás; un razonamiento sólido y bien argumentado implicaba años de estudio y una inteligencia despierta. Este vínculo ha operado durante siglos también como señal social de mérito.
Dicho en términos económicos: las señales costosas de esfuerzo y formación se han abaratado mucho.
Cada vez que la inteligencia artificial aprueba un examen universitario, gana una medalla en una competición o alguien crea con ella una imagen o vídeo que nos epatan, esa señal de esfuerzo y formación se difumina más entre el ruido. De hecho, en un mundo en el que todo el mundo está ayudado por una inteligencia artificial de alto nivel creo que sólo quedará un distintivo intelectual y creativo entre nosotros: el tener buen gusto.
La crisis de los indicadores de competencia nos puede llevar a valorar la idea creativa por encima de la técnica, el saber elegir entre todo lo que se puede escribir y crear, el hacer las mejores preguntas.
El rechazo al uso de inteligencia artificial en tareas intelectuales y creativas no sólo proviene de un resurgimiento ludita de raíz económica, sino también de los valores de nuestras sociedades del conocimiento.
De “Nosotros, los luditas”:
No sólo se trata de artesanos que ven que su inversión de años en aprender un oficio pierde su valor frente a la máquina sino también de que valoramos más las profesiones creativas y del conocimiento, a nuestro entender son superiores al trabajo manual o monótono y, por tanto, rechazamos moralmente que puedan ser automatizadas.
Mientras que automatizar el pegar ladrillos o recoger tomates nos salva de la alienación, del escaso valor añadido, del trabajo sin un valor significativo, utomatizar tareas creativas o cognitivas resulta una aberración deshumanizadora.
Creo que hay algo más, que es la sensación de injusticia.
No me refiero al argumento ya clásico de la inteligencia artificial como tecnología extractiva (usaron mi contenido para entrenar la IA sin permiso y sin compensarme, ahora otros usan esa tecnología para competir conmigo profesionalmente), sino a que cuando alguien desvincula esfuerzo y resultado cuando nosotros no lo hemos hecho tenemos sensación de que está haciendo trampa.
Cuando vemos a alguien entrar en un debate de un tema sobre el que llevamos estudiando años con apenas tres párrafos que le ha lanzado un chatbot de IA; cuando otro realiza una obra - un escrito, una imagen, un vídeo, una canción - que además gusta; cuando aparece el chaval con una idea y de repente ha creado un prototipo funcional. El argumento habitual con el que saltamos es que esas creaciones son de baja calidad (y tendremos razón), pero en gran medida sospecho que nuestra otra motivación para criticarlas es que creemos que hacen trampas. Que es injusto que puedan hacerlo. Que desvincular esfuerzo y resultado es un fraude intelectual, un acto de desonestidad.
Llevo tiempo preguntándome si este atajo que nos permite la inteligencia artificial es preferible o sería mejor ser conservadores y realizar cada tarea intelectual con el esfuerzo que requería la realidad tecnológica del siglo XX.
En mi caso, tengo claro que prefiero vivir en una sociedad con lavadora, trenes y coches que tener que gastar horas extra en tareas del hogar o correr una triple maratón para ir a Antequera.
De igual manera entiendo preferible un mundo con más inteligencia a nuestra disposición, aunque tengamos que pasar por una epidemia de vagancia e ideotez antes de ponernos a preocuparnos por nuestro estado de forma intelectual. Aunque ese agente que escribe ensayos haga el mismo trabajo que yo y cada vez que veo un debate en el que alguien argumenta con citas a Grok pienso “¡A leer a Popper te ponía yo!”.
Antonio, pero para gustos, colores...
Además de poder volvernos más vagos o más listos, también está en cómo nos cambiará en la forma de trabajar. Esta investigación, relacionada con el "ajedrez centauro", me parece interesante: la ventaja humana basada en el conocimiento experto del ajedrez es reemplazada por la capacidad de seleccionar, afinar y gobernar motores de IA, cambiando la raíz de la ventaja competitiva. https://sms.onlinelibrary.wiley.com/doi/10.1002/smj.3387 ¿pasará lo mismo con los futuros, músicos, ilustradores etc.?