Los detectives salvajes en el Kindle
Habemus Kindle. Servidor, aunque haya hablado mucho sobre el libro electrónico en el blog y disfrute del Papyre desde hace más de un año, continuaba con reservas respecto a la transición. Ya me costó comprar libros por internet, porque uno colecciona manías alrededor de los libros, me gustaba ver cómo están construidos, en qué lugar colocaban el número de la página y, sobre todo, olerlos. Nada huele como un libro nuevo recién abierto, aunque para José Luis sea una pérdida menor. Pero los tiempos fueron cambiando, como Raúl, cada vez leo menos - lejos están aquellos tiempos de dos libros por semana de mi adolescencia - y cada vez uno es más pragmático, menos romántico con la literatura y con todo en general.
Hay muchos lectores de libros electrónicos, pero quien ya tiene la vitola de ser el asesino del objeto-símbolo de la cultura en los últimos siglos es el lector de Amazon. Y por eso quería tenerlo, porque a pesar de todo lo comentado sobre Kindle, de todos los motivos racionales para descartarlo en favor de otras opciones, la transición a lector de libro electrónico pasa más por cuestiones más personales: el tacto, el "feeling", una suerte de relación fetichista con los libros. La prueba de fuego ha sido leer una de mis novelas predilectas de los últimos años, Los detectives Salvajes, de Roberto Bolaño (en la foto), un texto y unas obsesiones - el fin de la juventud y el amor por la literatura - a las que tenía pendiente regresar. No hay mejor libro para poner a prueba estos artefactos, una mirada desasosegante a las luchas y pasiones juveniles, con una estructura narrativa que me deslumbró en su momento. El resultado no ha podido ser más decepcionante, me ha cautivado, emocionado y deslumbrado como pocas relecturas han sido capaces, la filia por los libros físicos quedará en mi caso en un recuerdo más de la adolescencia. No he comprado el libro en Amazon, de hecho creo que es algo que no haré a menudo. No se compran libros para Kindle en Amazon, se consigue el permiso para leerlos, es imposible cederlos a otra persona, compartirlos. Tengo a gala no prestar nunca libros - otra manía - pero me gustaba ser antipático con este tema, Kindle otorga una excusa que lo estropea. El PDF de "Los detectives salvajes" circula por cientos de sitios y redes, los protagonistas del volumen nunca hubiesen dudado en descargarlo y hacerlo circular, aunque el que se encuentre en mi biblioteca debería eximirme de las acusaciones de burgués acomodado y roñoso.
No hay consideraciones sobre la tecnología esta vez. Sólo dos apuntes más: es probable que soportemos mejor las restricciones, el control, en la literatura que en la música porque tienen un espacio muy diferente: sigo escuchando discos de hace 15 años, pero me sería muy costoso volver a los libros de aquella época. Deberíamos empezar a despedirnos no sólo del papel, de su olor y su espacio, también de la cultura de la posesión, algo cada vez más evidente en todos los "productos culturales". El sentimiento de pertenencia de un fichero MP3, de un libro en PDF, de una película en MKV ya distaba mucho del que suscitaban sus soportes físicos; en los próximos años con los Spotifys, Youtubes y Kindles el proceso se acelerará, dejamos la cultura de la posesión para abrazar la cultura del acceso. Cuando le compro los primeros cuentos a mi hijo, cada vez tengo más la certeza de que cuando sea mayor y eche un vistazo al entrar en su habitación, no encontrará los libros que nos recuerdan quienes somos y qué lugar ocupamos en el mundo.