La inteligencia artificial es una revolución contra los deseos del pueblo
Pasan los años y la gente conoce y utiliza más la IA, pero sigue sin entusiasmarse.
La gente no confía en la IA ni se siente entusiasmada con ella.
A esta aseveración le podemos añadir muchos matices, pero sería un titular correcto y ajustado a las encuestas e informes publicados recientemente por Edelman y el Pew Research Center. Al menos si nos atenemos a Estados Unidos y a gran parte de Europa y el mundo occidental.
Sólo una minoría se declara claramente más ilusionada que preocupada; la opción dominante es la ambivalencia (“igual de preocupado que ilusionado”) o la preocupación neta por el aumento de la IA en la vida diaria.
Algo interesante de estas encuestas es que también miden el grado de conocimiento autopercibido de los ciudadanos, cuánto la usan, si han oído hablar de ella poco o bastante. Pasan los años y en Occidente hay nerviosismo, miedos y recelos respecto a las empresas que la desarrollan y crece el deseo de regulación.
Obviamente, las opiniones van por barrios. Tenemos brechas nítidas por edad, género y educación: jóvenes y personas con más formación son más optimistas; mujeres y personas con menos estudios o más mayores, más preocupadas.
Y luego tenemos una gran división geográfica y cultural. Asia y países emergentes (China, India, Sudeste Asiático, países del Golfo, Nigeria) son mucho más positivos respecto a la IA y empresas tecnológicas. En ellos el optimismo y la emoción superan el 70-80%, ven la IA como una herramienta educativa y de ascenso social (Ipsos, Stanford).
Leía esta semana a Noah Smith, contrariado porque quienes se oponen a la inteligencia artificial están ganando en el mercado de las ideas en Estados Unidos.
Su punto es que la mayoría de tecnologías nuevas generan miedos y problemas iniciales, pero a largo plazo tienden a mejorar la vida humana y que el rechazo actual es una mezcla de temor a externalidades (deepfakes, desinformación, violencia facilitada por IA), ansiedad laboral de artistas, traductores y otros profesionales, y un clima político y social polarizado que busca motivos para odiar la tecnología.
Así, según Smith, muchas críticas se articulan en una inversión del razonamiento: la gente parte de que la inteligencia artificial es mala y luego se aferra a cualquier narrativa negativa, aunque los datos no la respalden (y aquí tenemos el bochornoso pánico moral del consumo de agua, véase Julián Estévez).
Discrepo del economista. En este caso sí que creo que con la inteligencia artificial es diferente. No he visto esta reacción a la contra ni con internet, ni con el móvil o con las redes sociales. Al menos al principio, cuando empezaban, en las que reinaba una suerte de tecnooptimismo. La IA llega en un contexto peor (tecnopesimista en muchas esferas, con mucho énfasis en las externalidades negativas de la digitalización) y además tiene elementos intrínsecos muy marcados a la contra como el esperado impacto en el empleo o las narrativas clásicas sobre ella, porque Terminator es más sexy que la productividad en la oficina.
Pero ante todo estamos asistiendo en vivo y en directo a la influencia en la opinión pública de las clases creativas. Además de contar con un terreno abonado, el neoludismo avanza gracias a que las clases creativas y del conocimiento somos mucho más activas en plataformas y medios de comunicación. Como expliqué en “Nosotros, los luditas”, no se dedican a quemar datacenters sino que pelean tuit a tuit, artículo a artículo, vídeo a vídeo.
Este estado de la opinión pública (y publicada), en todo caso, no es concluyente. Aunque las opiniones contra las plataformas y sus vídeos cortos para el ciclo dopamínico protagonicen muchos discursos, el uso de Instagram o TikTok no decae. Aunque se señale día y noche a las grandes tecnológicas, también a las de distribución de contenidos como Netflix o Spotify, como elementos de destrucción cultural, estas plataformas siguen creciendo. El valor que les otorgan los ciudadanos es mayor que la mala opinión que se puedan estar formando sobre ellas.
No sé si será el caso de la inteligencia artificial. En los estudios y encuestas que enlazaba al principio empieza a atisbarse cierta contradicción. Posiciones contrarias que no tienen una base en la experiencia con el servicio sino en el discurso sobre ella y también gente que la utiliza a pesar de desconfiar.
Por último, nos queda un cierto balance entre aceleracionista y conservador. Asia simboliza hoy el entusiasmo por el futuro, mientras Occidente se muestra más temeroso del cambio, abogando por mayor prudencia y regulación. Excepto parte de sus élites políticas y empresariales, que temen que quedarse fuera de la IA es quedarse fuera del crecimiento económico, de la mejora de las condiciones materiales y del siglo XXI. Enfrente hay otra élite, humanísica y cultural, de medios de comunicación, artistas e intelectuales que está a la contra.
Más allá de esta nueva luca de élites, de mantenerse la actual tendencia en la percepción y opinión sobre este cambio tecnológico, tendríamos que la inteligencia artificial sería una revolución contra los deseos del pueblo.







Como todas las anteriores. El sistema nunca ha pensado en el pueblo, salvo para extraer su trabajo y su capital. Ahora, además, nos quieren extraer lo humano. Buen texto.