Hay chavales que solo piensan en monetizar cada segundo de su existencia
La mayor mutación en internet de 2005 a 2022 es la de una cultura amateur a una en la que todo tiene una motivación económica
En el vídeo aparece un primer plano de Juan Muñoz, el rubio de Cruz y Raya. El humorista empieza a hablar, se introduce, da los buenos días, explica su cambio de look y entra en el meollo, felicitar a Rafa de parte de sus amigos. Marina, Marquino y Guille se han gastado 30 euros para tener un vídeo de una vieja gloria del humor patrio para que el cumpleañero, el susodicho Rafael, obtenga el regalo más original de su vida, una felicitación del rubio de Cruz y Raya. Lo hacen a través de Cleb o Cameo, webs que han encontrado un negocio en articular una relación diferente entre fans y famosos que no están en el mejor momento de su carrera. Los seguidores piden, exigen y pagan, las celebridades improvisan un contenido casual y despreocupado, pero personalizado según indique el encargo.
Hay una corriente que se anda deslizando con el cambio generacional, que nace y se desarrolla en internet y que ha alterado lo que podríamos considerar el sentido común del ciudadano conectado. Si alguien activo en la red hubiese entrado en coma en 2005 y despertara en 2022 creo que el mayor cambio que percibiría no sería ni el auge del clip corto a lo TikTok o la estupenda mejora del streaming de música y películas, creo que si observara detenidamente concluiría que la mayor mutación es la de una cultura amateur a una en la que todo tiene una motivación económica.
Al igual que un famoso seguramente no te cobraría - aunque alguno, me consta, ya lo hace - por responderte o firmar un autógrafo en la calle, el paso a esta cultura del “y de esto cuánta pasta puedo sacar” está impulsado desde la lógica de internet. Hay un elemento de efectividad en la distribución de la información (Juan Muñoz es difícil que se cruce con quien pagaría por escucharle, pero online este encuentro es más fácil), hay una posibilidad de articular la transacción sin fricción con un sistema de pago fácil y seguro con ese cliente remoto, tenemos por último un producto digital fácil de distribuir y de consumo a demanda.
Pero para mover el sentido común, la ideología que hace obvio que en cada actividad pensemos en cómo sacarle dinero, no basta la posibilidad técnica, ha tenido que operar también un cierto cambio cultural. Por él asistimos a una generación joven que con más claridad habla de hacer dinero, se mete en esquemas piramidales y cursos de dudosa solvencia, con más traders de la historia y que empieza a ser seducida en parte por el auge de las criptomonedas. Una generación en la que algunos confiesan sentirse culpables si se embarcan en un proyecto o afición y ven que no están pensando en sacarle pasta.
Ese deslizamiento es difícil de atribuir a una única causa. Una candidata es sin duda la precariedad y la inseguridad con que los jóvenes viven su desarrollo profesional, una desconfianza hacia el camino tradicional de estudios, trabajo e ingresos. Hay otra que quizás sea menos obvia y es cómo ha cambiado la opinión pública respecto a los servicios de las grandes tecnológicas. Cuando surgen servicios como Youtube, Instagram o Facebook la acogida es positiva: nos permiten publicar, estar al día con amigos y crear una audiencia gratis. Ellos corren con todos los gastos y, era la opinión habitual en la primera década del siglo, menos mal que ponen publicidad para asegurarnos que esa gratuidad no va a cesar.
Ahora estamos en un momento diferente. Las grandes compañías y sus enormes beneficios son vistas de otro modo: se enriquecen a costa de nosotros, sus sistemas publicitarios se basan en nuestros datos y a nuestra cuenta corriente no está llegando nada. De hecho, algo se está moviendo ahí, cada vez más las plataformas compiten más ofreciendo mecanismos de monetización a los creadores de contenido, pensadas eso sí para los que atraen a grandes audiencias. Snapchat, TikTok, Youtube, Instagram con los Reels e incluso Twitter en vídeo empiezan a ser conscientes de que tienen que tirar de chequera para retener un talento que podría si no irse a otra plataforma.
Pero en la psique de la mayoría de chavales creo que pesa más el fenómeno de ver a otros triunfar e ingresar cantidades importantes por su actividad online. La primera generación de youtubers y también de instagramers inventó un formato con su pasión por comunicar y fue construyendo los modelos de negocio, a día de hoy los chavales empiezan con las ideas muy claras: imitar el estilo que más éxito tienen y empezar a facturar lo antes posibles. Es este deseo mimético, producido también mediante la interacción online, la que ha moldeado muchos de los comportamientos orientados a monetizarlo todo.
Este proceso subyace a mucho de lo que nos parece normal, o que va camino de hacerlo, en lo que a estar online en 2022 se refiere. Ten marca personal con todo lo que digas orientado a potenciar tu vida profesional, pasa de los cromos y compra NFTs que “rentan”, promociona tu Instagram que pronto llegarán las marcas, eso que sabes conviértelo en un curso que genere ingresos pasivos, transforma la obra en un NFT que algunos se cotizan mucho, haz de tu hobbie algo que también de ingresos, mira que en cada red social hay rendijas para monetizar, si haces un directo anima a los chavales a enviar un cheers de pago porque que tú les saludes vale dinero, pasa de jugar por jugar y elige videojuegos que ofrezcan “play to earn” y sé de los que ganan y no de los que pagan.
Es más, al examinar las ideas y proyectos que giran en torno a la llamada web3 creo que podemos detectar en ellos las dos facetas de este giro en nuestro estar online. Tras su propuesta de construir una web de propietarios está la fuerza “empoderadora” de darle poder a los usuarios y descentralizar la gobernanza de los proyectos; al mismo tiempo favorece convertir cada acto, proceso y activo digital en un objeto mercantilizado que obedece a una lógica trivial del mercado: quien más dinero tiene más poder acumula
Se ha perdido la ingenuidad de otros tiempos. Está bien que así sea, digo yo también. Basta ya de mantener una relación de pardillos para con las grandes empresas tecnológicas: escribí gratis en el foro de Viruete.com pero si tuviese éxito en Youtube esperaría parte de los ingresos. A quienes deciden que no van a contribuir gratis a sus prácticas ni a este sistema de explotación de los datos de nuestra actividad en internet, bravo. A los que se animan a montar proyectos profesionales y negocios online, qué les voy a decir, soy uno de los vuestros.
Incluso celebro como una buena noticia que Juan Muñoz haya encontrado su modelo de negocio en internet. Pero creo que no es todo lo que está pasando, creo que ya no hay ningún chaval pensando en montar los nuevos viruetes en internet en los que hablar por hablar, hacer un poco el tonto y pasar el rato sin sacar la calculadora.
Imagen: Cench con Dall-e 2
Publicado originalmente en Retina